Este mes he visitado el aeropuerto más que cualquier otro mes que yo recuerde en mi vida.
Llevé a mi hermano puesto que se fué a Argentina a estudiar un par de semestres de su carrera.
Llevé a mi hermana que se fué por tiempo indefinido a Europa. Primero a York y luego a ver que le depara el futuro.
Hoy llevé a Mariana que se fué de vacaciones dos semanas a Barcelona a ver a una amiga.
Los aeropuertos me gustan. Volar me gusta. Nunca he entendido a las personas que tiene miedo de volar, pero sé que los miedos como ese, y casi todas las fobias son irreductibles a la razón. Es extraño que no sean famosas las fobias a los automóviles, o a los infartos, o al alcohol.
A una persona con miedo de volar le puedes explicar que casi hay dos ordenes de magnitud entre las personas que mueren en accidentes automovilísticos y las que mueren en accidentes aéreos y aún asi eso no ayuda. Decirle a la persona que tiene miedo de las alturas que hay un vidrio entre él y el precipicio y aún asi no se asomará. Enseñarle a la persona aracnofóbica la película de una araña, y aún asi sentirá ese sudor frío y paralizante que experimentan las personas con fobias.
Alguna vez me tocó viajar junto a una mujer cuyo miedo a volar solamente se rendía ante la peda voraz. Tomo tanto alcohol que nunca se dió cuenta que sus pantalones estaban decorados por una mancha de agua y solutos que recorría todo el pantalón, desde el origen en la uretra, hasta los zapatos descubiertos que llevaba.
En fin, espero que pronto el que se suba al avión sea yo.
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