El martes en un momento cúspide de la evolución humana me queme la lengua a lo pendejo.
Me subí a mi auto que ardía por el rayo del sol.
Volteé y ví una botella de agua.
La tomé y sin pensar nada, mas que lo refrescante que sería, le dí un trago.
Salió tan pronto como entró.
Me cayó en el pantalón de mezclilla, temí quemarme por segunda ocasión.
Ahora traigo una hermosisima sensación de ardor-dolor-rasposidad que no lo es-disgeusia, que no me la acabo.
Por cierto, a partir de ahora y en honor a mi hermanita que ya es licenciada en letras, comienza el capítulo con acentos del blog.
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