28.8.11

Y ahora un cuento

La maldición de la felicidad

Despeinada y sin calzones. Asi se despertó ese martes G.

La noche anterior le venía a la mente en fragmentos. Nada nuevo bajo el sol.

Sobre la cama roncaba un desconocido sin nombre que aparecía sonriente en algunos de sus destellos mentales. Afortunadamente esta era la casa de él, asi que no tendría que despertarlo. Tampoco le interesaba buscar sus calzones. Se puso la falda y se fue despeinada a coger un taxi.

Al llegar frente a la entrada del edificio, donde compartía un departamento con otras cinco personas, sacó un billete completamente arrugado del tacón de su zapato derecho, pagó y se bajó del auto.

No tenía ganas de llegar a casa. Giró su cabeza de izquierda a derecha buscando algúna otra cosa que hacer y no encontró nada.

La puerta del departamento estaba entreabierta y dentro se escuchaban voces. Reconocía la de L, la de M y la de J, pero la cuarta voz no le sonaba de nada.

Abrió la puerta, saludó entredientes y vió al dueño de la voz desconocida. Nada interesante.

Cerró la puerta de su cuarto se puso los audífonos y encendió la radio. No tardó en quedarse dormida. El trabajo no empezaba hasta las cuatro.

Despertó con hambre pero la flojera se interpuso entre ella y el refrigerador.

Después de unas luchitas en lodo ganó el hambre. Sacó del refrigerador un pedazo de queso, le quitó las partes verdes, lo montó en un pedazo de pan y se lo llevó a la boca.

La maldición se la habían puesto tres personas, sus padres católicos, al inculcarle que la única felicidad importante era la felicidad de los demás y su primer novio cuando dijo justo después de haber hecho el amor por primera vez: Me has hecho la persona mas feliz del mundo.

Desde entonces G lleva intentando hacer feliz a la humanidad entera. Una persona a la vez.

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