El cuarto en el que te encuentras tiene una sola división con el mundo, continua pero que permite crear al menos dos o tres espacios independientes.
El arquitecto, supones, estaba en modo experimental al basar su diseño en un toro modificado. Pero eso no importa. De hecho la forma del cuarto tampoco importa, pero es algo que no puedes evitar notar.
La puerta que se cerró tras de ti hace unas tres horas da a un pasillo largo iluminado solo por un foco descubierto de veinte watts. El papel tapiz del pasillo probablemente era dorado con guinda, pero la grasa acumulada lo ha transformado en un ocre sucio y repelente.
El pasillo detrás de la puerta, recuerdas, comunica con la cocina. De ahi la grasa, pensaste mientras caminabas hacia el cuarto donde ahora te encuentras.
La cocina no tenía nada mas que el horno industrial para pizzas cuyo vidrio debería estar igual de sucio que el resto del pasillo. Al contrario parecía nuevo, como si lo hubieran instalado ayer. Solo el vidrio, la perilla del horno está rota y la parte superior de la manija que abre la puerta está cubierta de tizne.
La cocina tiene tres puertas, las otras dos, una da a la galería central del restaurante y la otra a un pequeño callejón donde se juntan a beber en las noches tres sin techo.
Estás esperando que den las 10 de la noche, al menos esa es la idea que tienes, pero igual podría ser que estés esperando las 9:30, no lo sabrás hasta que llegue la hora y la hora depende de los tres borrachos en la salida al callejón de la cocina.
Por momentos piensas si deberías explorar el cuarto o no, pero después de pensarlo una milesima de segundo decides que no tiene ningún sentido y que de nada sirve gastar energía a lo tonto. Quizá será mejor dormir una siesta.
El ruido de una botella que cae al piso rebota en la pared del callejón y se ahoga entre las pisadas y las risotadas de los tres vagabundos que hoy al parecer vienen acompañados de una dama.
El atuendo de la dama es todo practicidad y nada glamour. Un vestido negro, con pliegues grises de tanto doblarse sobre si a la altura del ombligo. Unos zapatos de tacón, también negros, pero con los lados raspados, particularmente el izquierdo, evidencia de que la esquina en la cual espera a su clientela por las noches tiene tráfico de izquierda a derecha y para pasar el tiempo sin dejar de mirar la calle golpea el canto del zapato contra la base del poste de luz.
En una escena asi es difícil ubicar quien es el tiburón y quien la presa. Ellos son tres, pero están alcoholizados. Ella viene sola, pero claramente se encuentra mucho mas alerta que ellos. La mitad del dinero ya cambió de manos y la otra mitad se sabe existe. Solo queda culminar la transacción.
Mientras los borrachos deciden el orden de bateo la dama mastica un chicle que hace mas de media hora perdió su sabor a menta. La luz de la cocina revela que están por empezar a comenzar el servicio y un calor aromatizado de jitomate y oregano permea el ambiente.
Abres los ojos y el reloj marca las 9:45, no es la hora que recuerdas estabas esperando, pero siempre hay que tener un poco de margen de error. Te acercas a la puerta. Empujas. La puerta se abre y el pasillo sigue tan mal iluminado como cuando lo recorriste por primera vez en sentido opuesto. El ruido y el olor de la cocina terminan por despertarte.
La dama está terminando de cumplir con su parte del trato con el último de sus clientes, los dos primeros ya están nuevamente dedicados a la botella, ni siquiera se molestan en mirar.
Sales a la cocina y el calor del horno te golpea la cara sin clemencia. Instintivamente volteas hacia la izquierda donde te conviertes en el único testigo de los eventos de esa noche.
La dama se reacomoda el vestido y te voltea a ver.
Acabas de entender lo que significa el amor a primera vista.
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